Sagrada Família. Fachada de la Pasión.
Cabizbajo, dando vueltas y más vueltas a los problemas, que cada día venden los periódicos, paseaba esta mañana por los alrededores del templo expiatorio de la Sagrada Familia.
Hoy como ayer, seguramente como mañana, un variopinto gentío se ordenaba en varias filas esperando su turno. Hoy, como todos los días desde hace casi 100 años, grúas y obreros se esforzaban en avanzar la obra unos centímetros.
Esta mañana, como todas las mañanas, una inmensa movida de jubilados, adolescentes, papás y niños de todos los colores, describían movimientos circulares hacía las puertas de entrada en todas las direcciones. Pero casi no les he prestado atención, necesitaba levantar la vista y evadirme de tanta noticia vacía; y ahí estaban las torres, de entre 98 y 112 metros...¡y dicen que son las más pequeñas!...pugnando en armoniosos equilibrios por alcanzar los cielos. Emergían como guardianes gigantes de las entradas: el nacimiento y la pasión, que son grandiosos retablos a la consideración de todo el mundo. Helicoidales, paraboloides, hiperboloides, catenarias, que más da el adjetivo. Ellas ascienden y mientras cantan al unísono santus, santus.
Por un momento, me he sentido tan ensimismado que no hubiera podido explicar si lo que veía era arte transformado en oración o que la misma mística se había dejado moldear para crear un arte sensible, porque lo que tenía ante mis ojos era realmente magnífico. Un objeto de arte. Un espacio sagrado. Un cosmos plural pero ordenado con constelaciones de santos y continuas faculatorias que aíslan de una ciudad que se mueve en un frenesí de coches, semáforos, ruidos, gritos, prisas, desorden y caos.
En la paz de la contemplación, en ese intento de escapar trepando por las torres más altas, me ha parecido escuchar la voz grave de su arquitecto Antoni Gaudí: "Aquí en la tierra no tienen soluciones los problemas, mirad al cielo"
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jueves, 30 de mayo de 2013
Las torres de la Sagrada Familia
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